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jueves, 5 de marzo de 2015

TERCER DOMINGO DE CUARESMA


"Me consumo ansiando tu salvación, esperando tu Palabra"  (Sal 118,81)

Purificación del templo. El Greco.



El episodio de la purificación del templo reviste una importancia singular en el evangelio de Juan: abre la predicación de Jesús; acontece al acercarse la fiesta "grande": toda la vida de Jesús está jalonada por el calendario de fiestas antiguas, y él las llenará de un cumplimiento pleno y definitivo al revelarse como "nuestra pascua" (1 Cor 5,7). La pascua de los judíos debía celebrarse en el templo, con el sacrificio de víctimas, para conmemorar las obras maravillosas de Dios en la liberación del pueblo de la esclavitud de Egipto.
En el relato joaneo, Jesús, entrando en el templo, expulsa no sólo a los vendedores -como narran los sinópticos-, sino también a corderos y bueyes, declarando así ser él la verdadera víctima. Con su gesto cumple la profecía de Zacarías: "En aquel día [el día de la revelación definitiva]no habrá ya traficantes en el templo del Señor de los ejércitos" (14,21). Jesús da cumplimiento a las Escrituras (v. 17) y proclama a la vez su divinidad, con poder de resucitar: "Destruid este templo y, en tres días, lo levantaré" (v. 19). La narración llega aquí a su culmen: en contraposición con el templo antiguo y el antiguo culto abandonados por Dios a causa de la infidelidad y las profanaciones (cf. Ez 10,18ss), el cuerpo de Cristo resucitado se convertirá en el nuevo templo (vv. 1-21) para un nuevo culto "en espíritu y en verdad" (cf. 4,23).



Jesús, penetra una vez más en nuestro corazón como en el santuario de tu Padre y Padre nuestro. Posa tu mirada en sus escondrijos más secretos, donde ocultamos nuestras mayores preocupaciones y los afanes más dolorosos, ésos que tantas veces nos roban serenidad y paz; ésos que tantas veces nos hacen vacilar en la fe y nos llevan a mirar a otro lado, lejos de ti. Ilumina, discierne, purifica y libéranos de los que no quisiéramos dejar, aunque nos esclavizan. Que este pobre corazón sea casa de alabanza, de canto y de súplica. Que se inunde de luz, que esté abierto a la escucha, que se enriquezca únicamente de ti para alabanza del Padre.
Visita, Jesús, nuestra comunidad y extirpa, en cuanto aparezca, cualquier asomo de envidia, de rivalidad, de enfrentamiento. Que tu presencia traiga mansedumbre, humildad, compasión; danos, sobre todo, la silenciosa capacidad de sacrificarnos unos por otros. Graba en el corazón de cada uno y en el rostro de todos las "diez palabras" que manifiestan el único amor.




La vida fraterna es la piedra de toque de la autenticidad de nuestra escucha de la Palabra de Dios y de nuestra respuesta a su amor eternamente fiel. Esta Palabra no es anónima; tiene un rostro inconfundible, el rostro de Jesús de Nazaret, el Crucificado resucitado, aparecido primero a los suyos y luego a Pablo en el camino de Damasco.
Para acogerla como nuestra sabiduría, se nos pide también a nosotros, como en otro tiempo a los judíos y a los griegos, abandonar una lógica puramente humana para seguir con fe el camino de la cruz. Y esto no sólo una vez, únicamente en eventuales circunstancias extraordinarias, sino en cada momento, en la vida cotidiana personal y familiar, comunitaria y social. Aquí los tradicionales diez mandamientos, resumidos en el "Mandamiento nuevo"  consignado por Jesús a los suyos en la última cena, se traducen en gestos y palabras-, pensamientos y sentimientos. No pretendamos que Jesús nos dé otros "signos", porque no se nos darán, pues no hay otro signo más elocuente que su amor por nosotros hasta aceptar la muerte en cruz, hasta hacerse eucaristía en el altar.


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