«Haz,
Señor, que escuchemos tu voz»
Lecturas del día:
http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/?f=2015-02-01
Vídeo:
http://www.quierover.org/portal/watch.php?vid=66ebb3156
"Enseña con autoridad" : Cristo Pantocrátor, Icono Monte Athos. Grecia. |
Un aspecto de la victoria sobre el mal, que anuncia y
produce el Evangelio del Reino, es también la superación de los «juicios
universales», con los que nos inclinamos a hacer coincidir a los otros y a
nosotros mismos con nuestros problemas y fracasos o con el mal que se ha
cometido. Ésta era, por lo demás, la tentación que asediaba asimismo a la
muchedumbre que se encontraba presente en la sinagoga frente al pobre
endemoniado.
Jesús, en cambio,
da por sentada una certeza, una certeza para la que ni siquiera los gritos
descompuestos y desgarradores del endemoniado suponen un obstáculo: éste sigue
siendo un hombre (v. 25), una criatura a la que Dios ha revestido de su gloria.
Así, si en nuestro corazón se levantan alguna vez voces descompuestas que nos
echan en cara nuestros límites y quieren hacernos perder de vista nuestra
dignidad y libertad, aquí está la Palabra de Jesús, que se levanta para hacer
callar de nuevo nuestras dudas y la vergüenza paralizadora.
También hoy sigue
actuando el poder de su amor, del mismo modo que cuando redujo al silencio al
demonio que atormentaba al pobre enfermo en la sinagoga de Cafarnaún. Esa misma
Palabra no cesa de recordarnos la verdad celebrada por tantos pasajes bíblicos,
en particular por el salmo 8: Dios revela en la humanidad su propia gloria,
imponiendo silencio a las fuerzas del caos («para hacer callar al enemigo y al
rebelde»), porque hace de nosotros, hombres y mujeres, sus criaturas amadas.
Jesús nos atestigua que Dios está siempre de nuestra parte y no deja que nos
arrebate ningún espíritu inmundo. Estar seguros de esta grandeza nuestra, que
nos ha sido otorgada por el inmerecido amor divino, y vivir la experiencia de
la vida en Cristo nos libera asimismo de la tentación de entender la religión como
un perderse en una selva de reglas y preceptos que hemos de conciliar con las
siempre cambiantes situaciones de la existencia. Respiramos entonces ese
sentido de novedad y libertad que la gente advertía en las palabras y las
acciones de Jesús. En efecto, vivir en la libertad a la que nos ha llamado
Cristo nos hace reapropiarnos de la economía profética y nos lleva a comprender
que también hoy irrumpe la Palabra de Dios con toda su fuerza para consolar y
amonestar, justamente como cuando los profetas se levantaban en Israel para
hablar en nombre del Dios vivo.
Dijo el padre
Antonio: «Vi tendidas sobre la tierra todas las redes del Maligno y dije
gimiendo: "¿Quién podrá escapar de ellas?". Y oí una voz que me dijo:
"La humildad"» (Vida y dichos de los padres del desierto, vol. I,
Desclée de Brouwer, Bilbao 1996, p. 85).
Sin la tentación,
no experimentamos las atenciones que tiene Dios con nosotros, no ganamos la
confianza en él, no aprendemos la sabiduría del Espíritu, ni el amor de Dios
arraiga en nuestras almas. Ante las tentaciones, el hombre ora a Dios como un
extranjero; sin embargo, después de que él, gracias al amor que Dios le tiene,
ha hecho frente a la tentación sin dejarse desviar por la misma tentación, Dios
le mira como a alguien que le ha amado y puede recibir legítimamente de él la
recompensa: le considera como un amigo que, por su amor, ha combatido contra el
poder de los enemigos, los demonios (Isaac de Nínive, citado en A. Grün, Il
cielo comincia in te, Brescia 22000, pp. 57ss).
«Había en la
sinagoga un hombre con espíritu inmundo» (Mc 1,23). ¿Y yo? ¿Cuánto tiempo llevo
formando parte de los que asisten fielmente a misa, cada domingo, año tras
año...? Pero ¿soy consciente de mi verdadera condición de hombre poseído por un
«espíritu inmundo»? Hasta ahora nadie me había hablado de ello, por la enorme
facilidad con que podía esconder mi verdadera condición bajo la máscara
religiosa. A buen seguro, ha habido horas y días en que me daba cuenta de que
«algo no funcionaba»... «¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de
Nazaret?» (Mc 1,24). ¿Advertimos la carga de agresión que irrumpe desde lo más
hondo de nosotros mismos sólo al oír la palabra santo? Esta palabra por sí sola
hace añicos nuestra idea de vida que - a pesar de todo- nos ha ayudado bien o
mal a hacer frente al orden cotidiano. El «Santo» lo dejamos nosotros a los
«santos», quienes, no obstante -fíjate tú - , eran hombres, ¡y qué hombres! En
lo más profundo de nuestro interior advertimos que Jesús, «el Santo de Dios»,
nos está pidiendo una conversión, un modo de entender la vida completamente
nuevo... «¡Cállate y sal de ese hombre!» (Mc 1,25). Sólo una cosa es segura:
sin la Palabra poderosa de Jesús, nunca podrá ser destrozado el dominio
tiránico del «espíritu inmundo». Sentimos entonces toda nuestra impotencia e
incapacidad para cambiar las cosas nosotros solos, para denunciar la soberanía
del «espíritu inmundo». Jesús pronuncia la palabra poderosa. Señor, nosotros
queremos, ayuda a nuestra falta de voluntad (H. Jaschke, Cesü, I guaritore,
Brescia 1997, pp. 254ss, 260, passim).
Lecturas del día:
http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/?f=2015-02-01
Vídeo:
http://www.quierover.org/portal/watch.php?vid=66ebb3156
No hay comentarios:
Publicar un comentario