"Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1,15b)
El Evangelio es la buena noticia de que el Padre nos ama
locamente. ¿Qué hemos de hacer entonces? Dios no nos pide cosas grandes,
hiperbólicas, sino, simplemente, cambiar de vida, volver a él. Convertirse no
es sólo cesar de hacer el mal -como pedía Jonás a los ninivitas-, sino
reconocer en nuestras dificultades al Dios cercano a nosotros, que nos ama aun
cuando las cosas no vayan como nosotros quisiéramos.
Así pues, para
convertirse es preciso saber apreciar nuestro tiempo como el kairós que Dios
nos da, como el «tiempo oportuno» que se ofrece a nuestro presente. Todo es provisional,
aunque no el sentido profundo de la realidad que la fe nos presenta.
Apropiarnos de la gran oportunidad de llegar a ser hijos de Dios es saber
hacerse con la ocasión propicia, es creer en el Evangelio del Reino, evitando
detenernos en cosas inútiles, transitorias, sin someternos a los «esquemas»
mundanos que nos aprisionan.
Jesús también
viene hoy, misteriosamente, a buscarnos a nosotros, que nos encontramos con un
horizonte de vida comparable al que tenían delante los primeros que fueron
llamados, unos hombres encerrados en su trabajo de echar las redes y
arreglarlas después. Así pues, también nosotros, como los cuatro primeros
discípulos, debemos convertirnos a él, reconociendo su paso por nuestra vida y
la invitación incesante que nos hace para que le sigamos. Convertirnos en
discípulos suyos supone renovar cada día nuestra opción por él, buscando dentro
de nuestra historia esa voz suya que nos llama desde siempre. Así, entramos en
la historia de la exaltadora promesa del «os haré pescadores de hombres», que
no se agota a buen seguro en la tarea del ministerio eclesial, sino que
coincide con la experiencia de todo cristiano auténtico.
He aquí, por
tanto, la rebosante alegría de la pesca mesiánica, que supone arrancar a la
humanidad de las aguas venenosas del mal, para llevarla al refugio seguro en la
vida del Reino. Indudablemente, ninguno de nosotros puede «salvar» a otro
hombre, pero todos podemos colaborar con Jesús en el trabajo de echar las redes
del Evangelio, a fin de que las personas disponibles se agarren a ellas y
renazcan a la vida nueva.
Señor Jesús, tú
me llamas a la conversión, a saber aprovechar el tiempo oportuno que se me ha
concedido.
No me pides que
huya de mis responsabilidades en el presente, sino que dirija mis opciones a lo
que es conveniente para mi vida espiritual y me mantiene unido a ti, Señor, sin
distracciones.
Con tu ayuda,
deseo mantener mi corazón indiviso, consagrado a ti, en el estado de vida en el
que me has llamado. En efecto, quiero agradarte, porque comprendo que esto es
lo único de lo que verdaderamente vale la pena preocuparse, con la
determinación de tender con todas mis energías a ti, Dios mío, mi único fin. La
«alegre noticia» de tu venida a nuestra humanidad alegra profundamente mi
corazón y me hace vivir la conversión no como un esfuerzo frustrante, sino como
la aventura de la reconquista de la verdadera libertad a la que me has llamado.
Señor, deseo
llegar a ser verdaderamente libre, para poder recibir tu llamada y responder
con prontitud y generosidad, como tus primeros discípulos. Es hermoso poder
escucharte, seguirte y servirte. Que tu gracia lleve a cumplimiento la obra
buena que has iniciado en mí.
Ser cristiano significa prestar atención al kairós, a este
«momento especial» de la manifestación de Dios en nuestro aquí y ahora. En él
se desarrolla la dimensión auténticamente profética de toda vida cristiana, en
la atención [...] a todos los signos de la presencia del Reino en nuestra
historia. Acoger el Reino de Dios implica una conducta: «Convertíos», precepto
urgente, «el tiempo se acaba» (1 Cor 7,29), que acompaña al don del Reino y
engendra una nueva actitud respecto a Dios y respecto a los hermanos. Jonás
recibió la misión de llamar a la conversión a Nínive, la capital del imperio
enemigo de Israel. El profeta, un judío amante de su patria, se niega a
realizar esta tarea, pero al final acepta la voluntad de perdón del Señor, que
carece de límites raciales o religiosos. El Reino es gracia, aunque para
nosotros es también un deber.
Los primeros
discípulos escucharon la «Buena Noticia» y fueron llamados a asociarse a la
misión de Jesús (Mc 1,16-20). El Evangelio marcó profundamente sus vidas. Así
debe marcar también la nuestra (G. Gutiérrez, Condividere la Parola , Brescia 1996, pp.
170ss).
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