«Señor, si quieres, puedes limpiarme» (Mc 1,40b).
Cristo se nos presenta en la curación del leproso como
alguien que «rompe» y abate con autoridad todas las barreras que suponen un
obstáculo para una encarnación de amor más completa y total. El término griego
que emplea el evangelista invita a la meditación. Expresa una ternura, una
compasión, una sensibilidad «materna » y «de mujeres»: la que siente la madre
por su hijo. Las vibraciones del corazón de Cristo respecto a los dolores y las
tribulaciones que afligen al hombre son «sentidas» hasta tal punto que se
parecen más a las de la Mujer, que se hace víctima-esclava, sierva del Hijo que
sufre. Ninguna madre ha sufrido y se ha dejado implicar por el sufrimiento
humano más profundamente que Jesús.
Nos viene a la
mente el célebre capítulo 53 de Isaías, donde describe el profeta -en una de
sus páginas más sugestivas- al «abrumado de dolores y familiarizado con el
sufrimiento», que verdaderamente «llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros
sufrimientos» y nuestras angustias. De este modo, el dolor, «tocado» por
Cristo, se vuelve -por así decirlo- un hecho «sacramental» y un acontecimiento
de gracia: útil y santificador no sólo para quien sufre, sino también para todo
el cuerpo de la comunidad eclesial. Se convierte en acontecimiento de salvación
y de resurrección «personal-colectivo»: el «toque» de Cristo lo ha cargado de
energía divina.
Cristo, tú has
santificado el dolor humano con tu vida y con tu Palabra. Tú, cansado por el caminar
y abatido por la fatiga, te sentaste para reposar en el borde del pozo de
Sicar. Tú has dicho: «Si el grano de trigo, confiado a la tierra, no muere, se
queda solo...». Has dicho: «Lloraréis y sentiréis tribulaciones; el mundo, en
cambio, se divertirá». Has dicho también: «Si alguien quiere venir detrás de
mí, que deje de pensar sólo en sí mismo, coja a diario su cruz en santa paz y
me siga». Por medio de tus apóstoles nos has repetido: para ser menos indignos
de entrar en el Reino de la vida, es menester pasar por muchas tribulaciones.
Jesús, tus seguidores han confirmado este camino como el «camino real» para
entrar en la eternidad, donde volveremos a encontrar las tribulaciones de la
vida presente transformadas en gloria, y nos has asegurado: «Tened ánimo, nadie
os podrá arrebatar esta gloria eterna». Lo creemos, Jesús. Pero ayúdanos a
seguir adelante en las muchas tribulaciones y cansancios cotidianos.
Ayúdanos, por lo
menos, a ser capaces de soportar la pesadez, el «martirio blanco» de la vida
cotidiana.
Ayúdanos a ser
capaces de soportar la vida, con sus derrotas y decepciones, con sus angustias
y problemas.
Creemos, Señor,
pero aumenta la fe en nosotros, para que, creyendo cada vez más, esperemos
también cada vez más y, esperando cada vez más, amemos también más.
¡Que así sea!
¿Por qué, pues,
temes tomar la cruz por la cual se va al Reino? En la cruz está la salud; en la
cruz, la vida. En la cruz está la defensa contra los enemigos, en la cruz está
la infusión de la suavidad soberana, en la cruz está la fortaleza del corazón,
en la cruz está el gozo del espíritu, en la cruz está la suma virtud, en la
cruz está la perfección de la santidad.
No está la salud
del alma ni la esperanza de la vida eterna sino en la cruz. Toma, pues, tu cruz
y sigue a Jesús, e irás a la vida eterna.
Él fue delante
«llevando su cruz» (Jn 19,7) y murió en la cruz por ti, para que tú también
lleves tu cruz y desees morir en ella. Porque si murieres juntamente con Él,
vivirás con Él. Y si le fueres compañero de la pena, lo serás también de la
gloria.
Mira que todo
consiste en la cruz y todo está en morir en ella. Y no hay otro camino para la
vida, y para la verdadera entrañable paz, sino el de la santa cruz y continua
mortificación. Ve donde quisieres, busca lo que quisieres y no hallarás más
alto camino en lo alto, ni más seguro en lo bajo, sino la vía de la santa cruz.
Dispón y ordena todas las cosas según tu querer y parecer, y no hallarás sino
que has de padecer algo, o de grado o por fuerza, y así siempre hallarás la
cruz. Pues o sentirás dolor en el cuerpo o padecerás la tribulación en el
espíritu. A veces te dejará Dios, a veces te perseguirá el prójimo y, lo que
peor es, muchas veces te descontentarás de ti mismo y no serás aliviado ni
refrigerado con ningún remedio ni consuelo, mas conviene que sufras hasta
cuando Dios quisiere.
Porque quiere
Dios que aprendas a sufrir la tribulación sin consuelo y que te sujetes del
todo a Él y te hagas más humilde con la tribulación. Ninguno siente así de
corazón la pasión de Cristo como aquel a quien acaece sufrir cosas semejantes.
Así que la cruz siempre está preparada y te espera en cualquier lugar; no
puedes huir dondequiera que fueres, porque dondequiera que vayas llevas a ti
contigo y siempre te hallarás a ti mismo. Vuélvete arriba, vuélvete abajo,
vuélvete fuera, vuélvete dentro, y en todo esto hallarás cruz. Y es necesario
que en todo lugar tengas paciencia, si quieres tener paz interior y merecer
perpetua corona. Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará y guiará
al fin deseado, a donde será el fin del padecer, aunque aquí no lo sea (La
imitación de Cristo, II, 12).
Lecturas del día:
Vídeo:
No hay comentarios:
Publicar un comentario