"Si antes erais tinieblas, ahora sois luz en el
Señor" (Ef 5,8).
Desierto de Judea |
La vida puede volver a empezar, hoy. Es una posibilidad real
que nos brinda Dios, no es un asunto mío, en el que decido romper con el
pasado; si así fuese, no duraría mucho, ahora lo sé bien. Pero puede durar
eternamente, en un "hoy" más joven que el alba de la creación,
precisamente porque es cosa de Dios. El nuevo comienzo no depende de mi frágil
voluntad, sino de su omnipotente voluntad de amor.
Precisamente, esto es lo que me ofrece hoy, como gracia
eficaz, la Palabra que he escuchado en la liturgia. Mensaje de novedad que
emerge del diluvio y brilla con los colores del arco iris, dando paz al
corazón: se ha lavado el pecado que me pesa y me embrutece. Lavado con lágrimas
de arrepentimiento en las aguas bautismales, en la sangre de Cristo.
Nadie está del todo perdido, nadie debe perder la esperanza.
Jesús ha experimentado mis tentaciones y ha vencido al Maligno. De él puedo
obtener fuerza cada día; se ha cumplido el plazo; Dios, si se lo permito,
reinará en mi corazón. Sí, hoy, como nueva criatura, comienzo.
Oh Cristo, salvación de cuanto estaba perdido, tú sabes bien
la de veces que he intentado volver a empezar, pero he sido derrotado por el
pecado. Cada vez me encuentro más cansado, más viejo de corazón. Hasta me
pregunto de qué sirve intentarlo.
Oh Señor, fortaleza del que está tentado, tú sabes cuántas
veces he fallado, y, sin embargo, te acercas a mí: tú eres el único que puedes
ayudar al encarcelado espiritualmente. Y hoy te espero, te invoco.
Oh Cristo, paz del que en ti confía, acógeme una vez más. Tú
has vencido al Maligno que acecha a todos los hombres y vienes a darme la Buena
Noticia: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino". Que
la gracia no pase de vacío: conviérteme a ti, hoy. La vida contigo y en ti será
cada instante la maravilla de una nueva creación.
Señor mío Jesucristo, Pontífice Supremo, que me
vivificasteis con vuestra preciosa muerte, ahuyentad de mí, con el poder de
vuestro Espíritu y con la eficacia de vuestra presencia, todas las asechanzas
del enemigo. Romped en mí todos los lazos de Satanás y, por vuestra
misericordia, disipad de mí toda ceguera de corazón. Haced, oh Cristo, que
vuestro amor me haga triunfar virilmente en toda tentación.
Enseñadme vuestra santa humildad para evitar prudentemente
todos los lazos del enemigo. Guíeme vuestra luminosa verdad y haga que camine
en vuestra presencia sinceramente y con un corazón perfecto. La bendición de
vuestra indulgentísima misericordia me prevenga, me acompañe y me guarde hasta
el fin de mi vida. Amén (Gertrudis de Helfta, Exercitia, I, 40-50).
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