«Bendito seas, Padre, por habernos querido hijos tuyos» (cf.
Ef 1,3.5)
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Recapitular en Crito todas las cosas del cielo y de la tierra. |
El mensaje y la actividad de los mensajeros no se distinguen
en nada de la de Jesucristo. Han participado de su poder. Jesús ordena la
predicación de la cercanía del Reino de los Cielos y dispone las señales que
confirmarán este mensaje. Jesús manda curar a los heridos, limpiar a los
leprosos, resucitar a los muertos, expulsar los demonios. La predicación se
convierte en acontecimiento, y el acontecimiento da testimonio de la
predicación.
Reino de Dios, Jesucristo, perdón de los pecados,
justificación del pecador por la fe, todo esto no significa sino aniquilamiento
del poder diabólico, curación, resurrección de los muertos. La Palabra del Dios
todopoderoso es acción, suceso, milagro. El único Cristo marcha en sus doce
mensajeros a través del país y hace su obra. La gracia real que se ha concedido
a los discípulos es la Palabra creadora y redentora de Dios.
Puesto que la
misión y la fuerza de los mensajeros sólo radican en la Palabra de Jesús, no
debe observarse en ellos nada que oscurezca o reste crédito a la misión regia.
Con su grandiosa pobreza, los mensajeros deben dar testimonio de la riqueza de
su Señor. Lo que han recibido de Jesús no constituye algo propio con lo que
pueden ganarse otros beneficios. «Gratuitamente lo habéis recibido». Ser
mensajeros de Jesús no proporciona ningún derecho personal, ningún fundamento
de honra o poder. Aunque el mensajero libre de Jesús se haya convertido en
párroco, esto no cambia las cosas. Los derechos de un hombre de estudios, las
reivindicaciones de una clase social, no tienen valor para el que se ha
convertido en mensajero de Jesús. «Gratuitamente lo habéis recibido». ¿No fue
sólo el llamamiento de Jesús el que nos atrajo a su servicio sin que nosotros
lo mereciéramos? «Dadlo gratuitamente». Dejad claro que con toda la riqueza que
habéis recibido no buscáis nada para vosotros mismos, ni posesiones, ni apariencia,
ni reconocimiento, ni siquiera que os den las gracias. Además, ¿cómo podríais
exigirlo? Toda la honra que recaiga sobre nosotros se la robamos al que en
verdad le pertenece, al Señor que nos ha enviado. La libertad de los mensajeros
de Jesús debe mostrarse en su pobreza.
El que Marcos y Lucas se diferencien de Mateo en la
enumeración de las cosas que están prohibidas o permitidas llevar a los
discípulos no permite sacar distintas conclusiones.
Jesús manda pobreza a los que parten confiados en el poder
pleno de su Palabra. Conviene no olvidar que aquí se trata de un precepto. Las
cosas que deben poseer los discípulos son reguladas hasta lo más concreto. No
deben presentarse como mendigos, con los trajes destrozados, ni ser unos
parásitos que constituyan una carga para los demás. Pero deben andar con el
vestido de la pobreza. Deben tener tan pocas cosas como el que marcha por el
campo y está cierto de que al anochecer encontrará una casa amiga, donde le
proporcionarán techo y el alimento necesario.
Naturalmente, esta confianza no deben ponerla en los
hombres, sino en el que los ha enviado y en el Padre celestial, que cuidará de
ellos. De este modo conseguirán hacer digno de crédito el mensaje que predican
sobre la inminencia del dominio de Dios en la tierra. Con la misma libertad con
que realizan su servicio deben aceptar también el aposento y la comida, no como
un pan que se mendiga, sino como el alimento que merece un obrero. Jesús llama
«obreros» a sus apóstoles. El perezoso no merece ser alimentado. Pero ¿qué es
el trabajo sino la lucha contra el poderío de Satanás, la lucha por conquistar
los corazones de los hombres, la renuncia a la propia gloria, a los bienes y
alegrías del mundo, para poder servir con amor a los pobres, los maltratados y
los miserables? Dios mismo ha trabajado y se ha cansado con los hombres (Is 43,
24), el alma de Jesús trabajó hasta la muerte en la cruz por nuestra salvación
(Is 53,11).
Los mensajeros participan de este trabajo en la predicación,
en la superación de Satanás y en ¡a oración suplicante. Quien no acepta este
trabajo, no ha comprendido aún el servicio del mensajero fiel de Jesús. Pueden
aceptar sin avergonzarse la recompensa diaria de su trabajo, pero también sin
avergonzarse deben permanecer pobres, por amor a su servicio (D. Bonhoeffer, El
precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 1999, pp. 136-138).
Hoy, Señor, me resulta fatigoso acoger la Palabra que me
diriges: me estás diciendo que salga de mi pequeño mundo, me estás repitiendo
que estar contigo no es una cuestión privada e intimista, sino camino, riesgo,
apertura, comunicación, conflicto, encuentro.
Porque éstas son las consecuencias del amor con el que desde
siempre me has amado y del que me has hecho testigo.
Si me miro a mí mismo y a mis fatigas, me espanto y te pido
perdón por las flaquezas de mi respuesta a tu llamada. Si miro hacia ti, te
bendigo, Señor, porque en tu grandioso proyecto de salvación has querido contar
también conmigo. ¡A ti gloria y alabanza, oh Dios mío!
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