«Tu poder, Señor, se manifiesta plenamente en mi debilidad»
El escándalo, o el «endurecimiento del corazón» (cf. Ez
2,4), la incredulidad de quien ha sido llamado a contemplar la revelación de
Dios, constituye el hilo conductor de las perícopas bíblicas que se leen este domingo.
Está provocado esencialmente por la manifestación del poder
de Dios en una forma frágil, débil: el profeta es rechazado por sus hermanos
por ser también un simple 'adam; no se da crédito al apóstol porque se presenta
de un modo completamente ordinario, casi sumiso. En el centro se encuentra el hombre-Jesús,
capaz de dar un sentido definitivo a la historia de todos los pobres de la
tierra, con su reafirmación de la necesidad de la lógica de la cruz. Ésta es
necesaria porque ha sido querida por Dios, porque le ha complacido manifestarse
así: en el devenir de un pueblo situado en un ínfimo rincón de la tierra y de
la historia, en la pobre casa de una muchachita de un oscuro pueblo de Galilea,
a través de la ejecución de una condena a muerte en un lívido día de abril,
sobre el Gólgota.
En esta historia, casi loca, se produce siempre, no
obstante, el mismo milagro: el 'adam es levantado de la tierra, el Espíritu se
manifiesta en la acción irresistible del gesto y de la palabra de un hombre
cualquiera, el sepulcro no se queda cerrado y habitado por la Muerte, sino que
se abre de par en par para dejar salir la Vida para siempre. Así obra Dios,
porque está decidido a salvar al hombre: a todo hombre, a todo el hombre.
Oh Padre, queremos darte gracias por habernos hecho
precisamente así: criaturas frágiles y mortales, pero salidas de tus manos y
portadoras de tu impronta. Frente a la Palabra que llama «bienaventurados» a
quienes no se escandalizan de ti y de tu Hijo, te entregamos todas nuestras
dudas, nuestra incredulidad, los miedos líenle a la manifestación de nuestra
debilidad, que nos recuerda a renglón seguido que estamos hechos de tierra,
aunque nuestro deseo sea infinito.
No queremos encontrarnos entre los que no han podido
contemplar tus maravillas por estar demasiado replegados examinando nuestra
propia humanidad, considerando nuestros propios límites y los de los otros:
líbranos del miedo al hombre. Entréganos tu mirada de Padre y de Madre que ha
engendrado su espléndida criatura, tu mirada tranquilizadora y fraterna de
Salvador, solidaria con nosotros por obra del Espíritu, para acoger, en este
mismo amor de perdón y compasión, a nosotros mismos y a cada hombre y mujer
como inestimable don tuyo.
Tienes arriba el Cristo dadivoso, tienes abajo el Cristo
menesteroso. Aquí es pobre y está en los pobres. El ser aquí pobre Cristo no lo
decimos nosotros; lo dijo él mismo: «Tuve hambre, tuve sed, estaba desnudo,
carecí de hogar, estuve preso». Y a unos les dijo: «Me socorristeis»; a otros:
«No me socorristeis». Queda probado ser pobre Cristo; que sea rico ¿lo ignora
alguien? Este mismo trocar el agua en vino habla de su riqueza, pues si es rico
quien tiene vino, ¿cuan rico no ha de ser quien hace el vino? Luego Cristo es a
la vez rico y pobre: cuanto Dios, rico; cuanto hombre, pobre. Cierto, ese
Hombre subió ya rico al cielo, donde se halla sentado a la diestra del Padre,
mas aquí, entre nosotros, todavía padece hambre, sed y desnudez (Agustín,
Homilía 123).
Lecturas del dìa:
http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/?f=2015-07-05
Vídeo de la semana:
http://www.quierover.org/portal/watch.php?vid=149ec2fe1
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