Vistas de página en total

Buscar este blog

jueves, 21 de febrero de 2013

2º DOMINGO DE CUARESMA

"El Señor es mi luz y mi salvación"  (Sal 26,1)

La Transfiguración del Señor, de Teófanes el griego (1408)

Teófanes nació en Constantinopla, la capital del Imperio Bizantino. En 1370 se mudó a Nóvgorod, y desde 1395 residió en  Moscú. Los moscovitas lo describieron como «entendido en filosofía» por su amplia erudición. Un ejemplo de su arte erudito puede verse en su icono de la Transfiguración de Jesús donde la llamativa geometría y brillo de la figura de Cristo se contrapone a la ordenada confusión de apóstoles sobre el pasaje terreno, arrojados como muñecos en las estribaciones del Monte Tabor. El balance armónico de las proporciones y las formas, sumado al uso magistral de ocres terrosos y dorados a la hoja, evocan una espiritualidad muy poderosa, y transmiten la genialidad de este relativamente desconocido pintor.
Su estilo es considerado insuperable expresivamente , en especial si se trata de pinturas monocromas. Algunos de sus contemporáneos decían que «parecía pintar con una escoba» por la ejecución tosca, definida y remarcada de sus frescos más preciados, únicos en la tradición bizantina.


El Evangelio nos dice que su rostro apareció totalmente transfigurado. Sabes muy bien que el rostro revela el corazón, revela la interioridad de un ser. Con los ojos de tu corazón contempla ese rostro, pero a través del rostro encuentra el corazón de Cristo. El rostro de Cristo expresa y revela la ternura infinita de su corazón. Cuando sientes una gran alegría, tu rostro se ilumina y refleja tu felicidad. Es un poco lo que le ha pasado a Jesús en la transfiguración.
Si escrutas el corazón de Cristo en la oración, descubrirás que la vida divina, el fuego de la zarza ardiente, estaba escondido en el fondo del mismo ser de Jesús. Por su encarnación, ha “humanizado” la vida divina para comunicártela sin que te destruya, pues nadie puede ver a Dios sin morir. En la transfiguración, esta vida resplandece con plena claridad de una manera fugaz e irradia el rostro y los vestidos de Jesús. Sobre el rostro de Cristo contemplas la gloria de Dios.
En la transfiguración, todo el peso de la gloria del Señor -es decir, la intensidad de su vida- irradia de Jesús. Las figuras de Moisés y Elías convergen hacia él. No hay que engañarse en esto: el ser mismo de Cristo hace presente al Dios tres veces santo de la zarza ardiente y al Dios íntimo y cercano del Horeb. Sin embargo, hay que aprehender toda la dimensión de la gloria de Jesús, que brilla e una manera misteriosa en su éxodo a Jerusalén, es decir, en su Pasión. En el centro mismo de su muerte gloriosa es donde Jesús libera esta intensidad de vida divina escondida en él.
La contemplación de la transfiguración te hace penetrar en el corazón del misterio trinitario, del cual la nube es el símbolo más brillante. Si aceptas en Jesús el entregar tu vida al Padre por amor, participas del beso de amor que el Padre da al Hijo.
                                              (J. Lafrance, Ora a tu Padre, Madrid 1981, 104-105)

Vídeo de la semana:

Lecturas del día:



No hay comentarios:

Publicar un comentario